Del Sky Hook de Kareem Abdul Jabbar y el finger roll de Wilt Chamberlain a Kevin Durant y Curry pasando por Jordan, Kobe, Nowitzki, Ginóbili…
Kareem Abdul-Jabbar anotó 38.387 puntos en su histórica carrera NBA (1969-1989), y lo hizo después de haber sido en UCLA la mayor arma de destrucción masiva que había conocido el baloncesto universitario. Un tramo de dos décadas como profesional que el legendario pívot abrió en Milwaukee Bucks como Lew Alcindor y cerró en Los Angeles Lakers como Kareem Abdul-Jabbar, con seis anillos de campeón, seis MVP de fase regular, dos MVP de Finales, 19 selecciones para el All Star, todos los premios habidos y por haber, su número 33 retirado en todos los sitios en los que jugó (Bruins, Bucks, Lakers)… y más puntos que nadie, jamás, en el baloncesto profesional. Al menos hasta que le adelante, si es que lo consigue, LeBron James.
Kareem no metió todos sus puntos, esa montaña de más de 38.000, con su histórico gancho, el icónico Sky Hook. Pero podría parecer que así fue, de tantas paredes y tantas revistas, tantos recuerdos, en los que se inacabable figura cuelga del aire para ejecutar el movimiento más devastador, letal e indefendible de la historia del baloncesto. Un gancho que soltaba, con una elegancia regia y una precisión mecánica, desde la atalaya de sus 218 centímetros y su endemoniada envergadura. Misión imposible para sus defensores, que sufrían el mayor tormento posible en una cancha de baloncesto: saber lo que va a hacer tu rival, y tener que ver cómo lo hace: y lo vuelve a hacer. Y lo hace, y lo hace, y lo hace… Y así se iban a casa, desmadejados y magullados, como recordaba Audie Norris en una visita a AS: “Todavía recuerdo el dolor en el cuello de los golpes que te daba para separarse de ti y hacer su gancho. Era indefendible”.
El Sky Hook huele a baloncesto de linaje regio. Es más que una jugada, más que una forma infalible de ganar partidos. Está en nuestra memoria colectiva, como las suspensiones de Michael Jordan y Kobe Bryant, las coreografías de Hakeem Olajuwon en el poste bajo, el tiro sobre una pierna de Dirk Nowitzki, el bombardeo a tabla de Tim Duncan o las fintas supersónicas de Allen Iverson. Movimientos con marca registrada, que están en el recuerdo de todos los aficionados y en las pesadillas de todos los entrenadores que no encontraron forma de pararlos. Una lista que va del finger roll en las alturas de Wilt Chamberlain a los triples desde distancias imposibles de Stephen Curry, una de las vibraciones más eléctricas que jamás ha generado el baloncesto, o el poder atómico del hesi pull up de Kevin Durant, un anotador de otro mundo, perfecto.
Estos son, en un recorrido por la historia del juego, los movimientos más difíciles de parar y más recordados que han iluminado la NBA. La rúbrica de los mejores:
Cuando llegó Magic Johnson a la NBA caducó aquel axioma del viejo baloncesto: “si quieres jugar bonito, ficha a un base; pero si quieres ganar, ficha a un pívot”. El Showtime de los Lakers giró en torno a su rey sol particular, un Magic que sin anotar muchos puntos (muchas veces ni hacía falta) se convirtió en el motor del ataque más efectivo y espectacular de la historia. Aquellos Lakers volaban por la pista entre pases imposible de un jugador que era, el apodo resultaba perfecto, pura magia. Después John Stockton llevó a la perfección el trabajo del playmaker, el creador de juego, en el puente hacia la era del juego exterior y el domino de los bases: Stephen Curry, Damian Lillard, Kyrie Irving, Chris Paul… al principio, y más allá de versos sueltos como el recordado Bob Cousy, simples distribuidores, los bases son ahora el eje del baloncesto, la llave que pone en marcha todos los demás mecanismos.
Desde Earl Monroe y George Gervin, pasando por Reggie Miller y, claro, hasta Michael Jordan y Kobe Bryant, dos jugadores que alcanzaron la perfección, el segundo persiguiendo la alargadísima e inalcanzable sombra del primero. Los escoltas, mucho más que tiradores especialistas en el baloncesto moderno, pasaron de ser un puente entre juego interior y exterior a encumbrar a algunos de los mejores de siempre: los citados Jordan y Kobe siempre al frente, también el espectacular Dwyane Wade. Y Jerry West, Clyde Drexler… Líderes muchas veces con alma de base, como los mejores aleros que han pisado las pistas de baloncesto, LeBron James y Larry Bird, dos generadores de juego desde la posición en la que ha anotado mejor que nadie Kevin Durant, un jugador de dibujos animados, y desde la que volaba en despegues imposibles el inolvidable Dr J, Julius Eving.
Los señores de las zonas, durante eras completas de baloncesto los grandes dominadores del juego y los que se llevaban los mejores contratos y casi todos los premios individuales. Y los que ganaban, finalmente, los anillos para sus equipos. Los jugadores interiores, pívots y ala-pívots, están ahora en proceso de transformación en un baloncesto que los saca de las zonas y los pone a tirar de tres, pasar y botar como bases y defender por toda la pista. Otra forma de jugar, que no impide que sigamos recordando con admiración el dominio de Wilt Chamberlain, la elegancia felina de Kareem Abdul-Jabbar, las coreografías de Hakeem Olajuwon, la silenciosa capacidad de destrucción de Tim Duncan, los tiros letales de Dirk Nowitzki o, claro, los torbellinos de Shaquille O’Neal que arrasaban a veces hasta a tres o cuatro defensores en su camino hacia el aro. Gigantes de leyenda.