Jugó Antetokounmpo pero los Bucks fueron muy inferiores a unos Suns sin puntos débiles y con un magistral Paul en la dirección. Excelente Ayton.
Era su partido 1.214 en la NBA. En el año 16. Quince después de ser Rookie del Año, más de una década después de estar entre los aspirantes al MVP. Con su quinta camiseta (Hornets, Clippers, Rockets, Thunder, Suns). Solo el inacabable Kevin Willis (jugó en la NBA con 44 años y 224 días) gastó más partidos totales (1.429) hasta pisar unas Finales. Solo Derrick McKey jugó más de playoffs (128, Paul sumaba 123 hasta esta pasada noche) antes de participar en la lucha por el anillo. Y solo Kevin Garnett y Oscar Robertson habían sido tantas veces all star (once, como él) antes de ser finalistas. Ha sido un camino largo, ha sido un camino difícil, lleno de noches de magisterio borradas por desgracias en las eliminatorias; errores, lesiones (muchas lesiones), rivales imposiblemente buenos… hasta ahora. Chris Paul, uno de los mejores bases de la historia, el Point God, se presentó en su primera Final con una Mona Lisa, una obra de arte que le deja (118-105 final) a tres partidos del soñado y de una reconfiguración completa de su legado.
Acostumbrado a golpes de pésima suerte en el peor momento, Paul ha sorteado en estos playoffs casi todas las desgracias posibles: lesión en un hombro, paso por los protocolos sanitarios, lesión en una mano. Pero ha llegado al lugar indicado en el momento preciso. Con 36 años y dos después de que los Rockets le colgaran el cartel de peor contrato de la NBA (la extensión que ellos mismos le firmaron: 160 millones por cuatro temporadas) antes de soltar rondas de draft para deshacerse de él e intentarlo (salió mal) con Russell Westbrook. Con todo eso encima, con su reputación de jugador extraordinario pero crispante, rallante en lo sucio, y sus labores como presidente del sindicato de jugadores (mucho trabajo en tiempos de pandemia), Paul desató sobre los Bucks una tormenta de matemáticas y arte, ciencias y letras: baloncesto.
Acabó con XXXX. Y reventó el partido en un tercer cuarto fabuloso, una oda a la sabiduría, una disección perfecta de un rival que acabó abierto en canal. El 57-49 del descanso llegó a un 88-68 en diez minutos. En ese tramo Paul sumó 16 puntos y 2 asistencias con un 6/7 en tiros. Y atacó en todos los frentes, explotando todos los ángulos, demoliendo el lenguaje corporal de un rival sin respuestas. En la primera parte (no anotó en el primer cuarto) recopiló información. En la segunda parte, la utilizó para la destrucción. Cuando los Bucks le esperaron debajo del aro, anotó desde la media distancia. Cuando le persiguieron muy lejos del aro, condujo el ataque hacia los tiradores liberados. Y cada vez que su defensor en el bloqueo se quedó en tierra de nadie facilitó finalizaciones sencillas de DeAndre Ayton. Ajedrez, anatomía, álgebra, física, química y humanidades: baloncesto. El Point God, el dios de la dirección de juego. Por esto, por todo lo visto durante esta temporada y por la cadencia ganadora de esta primera batalla por el anillo, apostaron por él los Suns. Con sus 36 años y su contrato tóxico. No siempre gana el que arriesga, pero es casi imposible ganar sin arriesgar.
Los Suns, un equipo con todos los registros
El 1-0 llegó por lógica, por la inclinación de la báscula hacia el lado con más materia. Los Suns llevaban desde 2010 sin pisar los playoffs y tienen (30%) el peor porcentaje de triunfos de un finalista en el lustro anterior a luchar por el título. Demonios, ganaron 19 partidos hace solo dos temporadas. Antes de ayer. Pero son un bloque de cemento, un equipo con equilibrio, profundidad y muchísima inteligencia colectiva. Que gana en densa y ataque, rápido y lento, en transición y en media pista, por dentro y por fuera, con quintetos grandes y pequeños. Monty Williams se está encumbrando como entrenador de elite, y la visión de Chris Paul cuando forzó su camino de los Thunder a los Suns se está revelando como cierta: los jóvenes de los Suns son muy buenos… y están sobradamente preparados. O, más bien, son tan buenos que era imposible que no estuvieran preparados. Cameron Johnson (10 puntos) y Mikal Bridges (14), una navaja suiza, hicieron todo lo que necesitaba su equipo de ellos. DeAndre Ayton (el número del draft de Luka Doncic, el de 2018), dio otra muesca en su reivindicación, con unos playoffs maravillosos, de su valor y el de (todavía) el pívot clásico: 22 puntos, 19 rebotes, 8/10 en tiros, defensa intensa e inteligencia para presionar las ayudas de la defensa de los Bucks, sin margen para respirar por sus finalizaciones cerca de canasta.
Y Devin Booker, claro: un inicio perfecto (12 puntos en un tremendo primer cuarto) y poco protagonismo después (27 totales, 11 tras el descanso); solo 8 canastas (8/21) pero 10/10 en tiros libres y la inteligencia para sentarse en el asiento del copiloto en cuanto Chris Paul se puso a los mandos. A partir de ahí, Booker se limitó a sumar puntos de forma quirúrgica, en pequeños momentos de presión. Una actuación perfectamente funcional de un talento superior en un equipo con un enorme compromiso colectivo, con una tremenda idea común y un sentido ideal del sacrificio en busca de un objetivo. De un sueño: los Suns fueron mucho mejores en este primer partido y solo se fueron a casa con un disgusto, la lesión de Dario Saric que les deja muy mermados en su rotación interior. El resto salió, básicamente, a pedir de boca.
Los Bucks van a necesitar mucho más
¿Y los Bucks? De entrada, acorralados. Y mejor no descartarlos porque, después de costalazos sonados (2019, 2020…), han demostrado que saben jugar panza arriba, soltar dentelladas, exprimirse física y mentalmente: sobrevivir. Esto solo es una derrota, y desde luego ya sabían que los Suns son un equipo tremendo contra el no les valdrá nada que no sea su mejor versión de forma sostenida, constante. La buena noticia, excelente de hecho porque gracias a ella tenemos Finales, es que Giannis Antetokounmpo está. Una semana después de una feísima lesión de rodilla, el griego llegó a tiempo y demostró que no está lejos de una versión óptima. Jugó más de 35 minutos, sumó 20 puntos, 17 rebotes y 4 asistencias, dejó un tapón de poster y terminó con un +1 que deja al resto de los Bucks en -12 en menos de 13 minutos sin él. En algunas jugadas no fue al aro con la decisión habitual y en unas cuantas defensas evitó alargar ayudas, pero está. Y era la primera premisa para que los Bucks, un bloque en formato superviviente, tuviera opciones.
A partir de ahí, hará falta más. Los Bucks se atascaron mucho en ataque. Khris Middleton tardó en sacar su mejor versión: 29+7+4 pero casi todo el daño cuando el partido ya se había escapado. Jrue Holiday (10+7+9 pero 4/14 en tiros) estuvo lejísimos del nivel que necesita de él su equipo, torpe en ataque y casi sin incidencia en una defensa de cambios constante que le dejó lejos de los creadores de los Suns. Y Brook Lopez (17+6) sostuvo a su equipo durante el peor tramo del partido, cuando la victoria se amarró al vestuario local, pero salió de la pista en el último cuarto, tal vez un prólogo de lo que está por venir: desesperados, los Bucks pasaron a jugar sin pívot y a ser más agresivos en su defensa de cambios permanentes (hasta hace poco, anatema en Wisconsin). Así hubo un amago de regreso (del citado 88-68 a un 101-94 con siete minutos por delante) que ventilaron entre Booker y Paul. Y así puede que tengan que jugar muchos más minutos los Bucks, por mucho que Brook Lopez esté a muy buen nivel en sus tramos en pista.
A los Bucks les falta una pieza para que esos quintetos pequeños muerdan de verdad, seguramente ese Donte DiVincenzo que tienen lesionados. Mike Budenholzer, que está haciendo los ajustes que todo el mundo le ha pedido a gritos durante tres años, tienen que decidir cómo estructura sus planes defensivos contra un rival con respuestas (aparentemente) para todo. Y tiene que ver qué hace con una rotación muy corta contra un rival más profundo. Y todo eso con Antetokounmpo en un puro milagro (una semana después de su hiperextensión de rodilla) y contra un Chris Paul en una misión hacia el anillo que ahora mismo parece muy difícil de abortar. Pero hay que conceder margen a estos Bucks que han apagado fuegos, escalado montañas y encontrado respuestas, a veces a duras penas, durante todos los playoffs. Es solo un partido, al fin y al cabo. Uno marcado por el magisterio del Point God, por el último gran capítulo en el legado de uno de los mejores bases de la historia: Chris Paul y sus Suns ya solo necesitan tres victorias para ser, él y el equipo, reyes de la NBA por primera vez. Mañana, segundo asalto.