Los blancos jugarán su novena final en diez años en la victoria 596 de Pablo Laso en el banquillo del Madrid, más que nadie. Garuba anota un triple un 2+1 decisivos.

Un Madrid tambaleante se agarró a un Llull capital (13 puntos y 5 asistencias), a su experiencia y saber hacer pese a sus problemas físicos y a que no iba sobrado de fuelle, para meterse en su novena final seguida con el formato de playoff (faltó hace un año en la burbuja de Valencia, que se jugó con un sistema de liguilla). Y se agarró al ciclón Garuba, determinante: 16 puntos, 14 rebotes y 23 de valoración. Qué poderío. Dos patas de un éxito de un bloque acostumbrado a resistir, el que dirige Pablo Laso, que este jueves logró su victoria número 596 (en 771 partidos) y batió a Lolo Sainz (1975-88) como el entrenador madridista con más victorias de siempre. Un triunfo récord en un momento decisivo del curso. A la final por rutina, cuando antes de su fichaje los blancos habían visto las cuatro últimas por televisión.

Una final antes de la final. Todo sin red, en un escenario en el que el Madrid está habituado y se siente cómodo. Quizá por eso no acusó la tensión previa y tuvo un arranque resuelto y fluido, donde Causeur recordaba al del primer partido (24 puntos en el 1-0), aunque entonces no saliera de titular. Taylor tenía una consigna, atacar a San Emeterio con penetraciones, y además volvía a mostrarse certero en el triple, y Garuba barría todos los rebotes. Todos. La puesta en escena era blanca (10-3) y Garuba el catalizador de muchas cosas. De la pelea a los triples con una seguridad creciente y una mecánica más precisa y veloz, recibir y tirar, sin apenas bajar el balón y casi siempre bien dirigido tras una ejecución cada vez más homogénea, más perfecta. Mucho trabajo detrás de esos pequeños detalles que se traducen en una evolución meteórica.

Pese al arranque local, el Valencia no se dejó arrastrar como en el estreno de la semifinal, donde le falló la mentalidad y la dureza. Aguantó el empujón inicial y su único pero… ceder siete rebotes bajo su canasta en la primera parte. En realidad, su sino en toda la serie, el que le condenó. Pese a ello, también esta batalla la resistía de inicio. El pulso nos dejaba buenos porcentajes de tres y muy flojos de dos, sin sobrepasar ninguno el 37% al descanso. Ponsarnau volvió a mentar a los árbitros en el intermedio con calzador, cuando no venía a cuento, como hizo tras arrasar su equipo en el segundo duelo de manera tan preventiva como carente de argumentos.

Dubljevic le buscaba las cosquillas a Tavares y la entrada de Hermansson, Prepelic, Kalinic y Tobey aportaba nuevos bríos. Mientras Carroll y Vives vivían otro capítulo exprés de su cara a cara. Abalde acababa de superar el coronavirus, pero no jugó. Llull, sí. Forzó y ayudó, y más con los problemas de cadera de Alocén. Sin él es posible que el Madrid estuviera ahora eliminado.

El Valencia andaba sólido, lo vimos en la reanudación, donde logró igualar a 44 tras una antideportiva de Garuba. Tavares, sin embargo, había regresado de los vestuarios con la determinación que le faltó antes y el Real lo notó. Con Llull de nuevo en cancha hubo acciones vistosas, de buena circulación de balón, como una triangulación entre Rudy, Tavares y Causeur. La renta alcanzó los 9 tantos (59-50) y los visitantes no se dejaron caer, macizos, respondieron con un 0-7. Y a otro +9 local (68-59 después de dos triplazos de Llull), de nuevo una contestación de 0-8 para afrontar los últimos 5 minutos. Garuba era el hombre, para bien, porque embocaba su tercer triple, y para mal, porque taponaba otro de manera ilegal. Un pecado de juventud que resolvió con su cuarto rebote ofensivo (en total, 14 capturas) y un 2+1 que hacía capitular al rival. El Madrid a la final con otro récord de Laso.

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