Los Knicks sientan a Kemba de aquí a final de curso, algo que ya hicieron de forma temporal a finales de noviembre y que hacen ahora de forma definitiva.

Se acabó lo que se daba. La situación de Kemba Walker es homologable al título de Gabriel García Márquez en Crónica de una muerte anunciada. El pasado del base es radicalmente opuesto al presente. Y no digamos al futuro, lleno de incertidumbre. Tal y como ha anunciado Adrian Wojnarowki (cómo no), los Knicks y Kemba han llegado a un acuerdo para que el playmaker no vuelva a jugar en lo que resta de temporada. El jugador sale así de un equipo con el que apenas ha disputado 37 partidos, tras ser denostado por unos Celtics que le utilizaron como chivo expiatorio. Y el nuevo destino era ideal para Kemba: una franquicia en reconstrucción, un mercado grande y un Madison que había vuelto a vivir alguna que otra noche mágica. Sin embargo, el baloncestista no ha cuadrado bien en el esquema de juego y se encuentra en una situación que es de las peores de su carrera. O, directamente, la peor.

Kemba ha pasado por muchas fases en la NBA, aunque nunca ha estado cerca del ansiado anillo. Solo soñó con él levemente en la burbuja, con los Celtics, cuando se quedaron a 2 victorias de las Finales en una aguerrida serie ante los Heat, en la que sin embargo fueron siempre a remolque de sus rivales. Antes, en los Hornets, Walker se convirtió en uno de los bases más respetados de la competición norteamericana. Al equipo de Michael Jordan llegó en 2011, y en él se mantuvo hasta 2019, cuando cambió al equipo de toda la vida por los Celtics en un momento de su carrera en el que dicho movimiento parecía ideal. Parecía.

En Boston, Kemba no pudo desarrollar sus mejores virtudes y sumó su cuarto All Star en su primer año, pero se fue hundiendo paulatinamente poco después. La manera de monopolizar el balón por Jayson Tatum y Jaylen Brown le impidieron más tiempo de control en sus manos y verse abocado a adaptarse a un catch and shoot que nunca ha tenido especialmente desarrollado. Los problemas de compenetración eran tan obvios que una de las primeras decisiones de Brad Stevens fue traspasar a Kemba a los Knicks y deshacerse, de paso, de un contrato tóxico que le permitía hacer una serie de cambios que cuadraban con su plan como General Manager.

El panorama para Kemba ahora es desolador. Nunca ha sido un defensor especialmente desarrollado, algo que es totalmente necesario en el esquema de Tom Thibodeau, que ya le apartó en el mes de noviembre, le permitió volver poco después con buenos números pero sin continuidad para los Knicks y le vuelve a apartar ahora. Nada ha funcionado para Kemba: en noviembre, los Knicks eran la mejor defensa de la Liga con Kemba en el banquillo y la peor con él en pista. Y en ataque tampoco mejoraba la cosa: el número 27 en su ausencia. Con 11,6 puntos por noche, Kemba apenas ha lanzado con un 40,% en tiros de campo, y un 36,7% en triples que no esconde los problemas que genera en el equipo. Los Knicks necesitaban talento para mejorar el proyecto (junto a Kemba, llegó Evan Fournier) y les ha salido neta y completamente mal. Pero para Kemba, que se queda con el futuro muy comprometido tras una temporada nefasta, para él y para los Knicks. Cosas que pasan.

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